La palanquita

miércoles, 2 de diciembre de 2009

 






Polaco, vos sabés. Vos me conocés. Esto es una pelotudez, una pelotudez. Si no fuera porque es en serio, me cagaría de risa, Polaco. Pero no me cago de risa. Me quiero cortar las pelotas. Oíme, si me querían meter en gayola, tenían mil cosas para engramparme. Falopa, desarmadero, estafa reiterada (¿Que culpa tengo si el tipo cayó dos veces en la misma joda?), tráfico de drogas, reviente de contrabando, posesión de arma de fuego, robo, robo a mano armada, robo con escalamiento, hurto. Si, hay un par de muertos y un poli que no camina nunca más, pero vos sabés, vos sabés, Polaco. Si te apuntan con un arma, vos tirás. Y si no te apuntan, a veces tenés que tirar por si piensan en tirarte. Vos estás en esto como yo, hace una pila de años, Polaco. Tenemos códigos, Polaco. Ni mujeres ni chicos. Nada de pelotudeces como cojerte una cajera de banco en medio de un afano. Vos sabés: Entrás, hacés y salís. Nada más. Nada de película de cine. Cuanto mas sencilla, mejor. 
¿Pero me vienen a poner en cana por esto? Dejémonos de joder, Polaco. Mirá que tenían para elegir. Hicimos bosta tantos sueldos en las fábricas de Avellaneda que podríamos pagar la deuda externa. Hice caer a tantos cobradores a domicilio que creo que por mi culpa inventaron el débito automático. ¿Cuánto hace que estamos en esto, Polaco? 30 años. 40. Ya ni me acuerdo. Estoy en el quilombo desde que le afanaba al kiosquero de la esquina del colegio en cuarto grado. Nadie te va a dar un título de malandra, esta claro. Pero uno tiene códigos, no queda engrampado por cualquier pelotudez. Tampoco es que me quisieran como si fuera Al Capone, no me iban a rastrear los impuestos impagos para meterme en cafúa. Y tampoco nunca nadie me reconoció en ninguna ronda de detenidos. ¿A cuantos testigos fuimos a visitar al otro día o el mismo día y lo convencimos a cachetazos de que no nos reconoce? ¿Te acordás la vieja de mierda del Banco Shaw? “Yo los puedo reconocer, yo los puedo reconocer. Estaba parado delante de mí” Para cuando paramos de cagarla a trompadas, no podía acordarse de su propio nombre sin cantar el feliz cumpleaños. 
Pero, Polaco… Tenemos códigos. No es una boludez. Si no tenés código no tenés laburo y se pudre absolutamente todo. Te cortan los piolines, vos sabés, Polaco.  Acordate de Villafañe. Los mejores afanos los conseguía él, y para que te tire un trabajo, por poco te pedía título universitario y carnet de conductor profesional. ¡Y tenía razón! Claro que tenía razón. Porque ponés un pelotudo con una escopeta delante de un montón de gente y si uno se tira un pedo, salimos en Crónica con las placas rojas y el Pa-ra-pa-ra-paaa Pa-pa- Pa-pa- Pa-pá… Escrachados hasta el juicio final. 
Ahora, que me hagan caer por esto…
Si, Polaco. Era un laburo limpio. Una salidera. Cuatro millones. Cuatro tipos. Uno en el banco, uno afuera con una moto. Otro atrás de la moto para levantar el paco. Y yo enfrente tomando una Pepsi, y viendo que no cayera la yuta. Yo me quedé al lado del auto, con la ventana abierta y la metra ahí, en el asiento. El plan era bueno, no tenías que hacer un curso de física para salir adelante con esa salidera. El punto era un viejo de sesenta. No iba calzado. Se creía que porque iba a cobrar la guita con una mochila y un jogging no lo íbamos a engrampar. Como si uno cuando los mira no les leyera las intenciones. Contra tipos como nosotros no se puede, Polaco. Vos sabés. Les sacamos la ficha y la radiografía aún con un pedo tísico. Y porque no se nos escapa nada es que tenemos códigos, Polaco. 
La cosa es que el hombre del banco sale, enciende un faso, le da una pitada y lo tira. Llevaba uno de esos encendedores de bencina que dejan un olor a mierda en los fasos. Cuando yo fumaba, usaba esos de gas. Después el tordo me prohibió el faso porque andaba con la presión alta. La cosa es que el hombre del banco, que era el que vino con el laburo, la había planeado bien. No era un boludo, tampoco. Se para a prender el cigarrillo en la vereda. Lleva un encendedor sin bencina. Solo se ven las chispas. Cada intento de encender el cigarrillo es un minuto que puede tardar el punto al que le hacemos la salidera. Una chispa, un minuto. Si saca el cigarrillo y lo tira al piso, sale inmediatamente. Si se va caminando sin hacer nada, hay que cancelar todo. Por lo que fuera, pero cancelar, hacerse el boludo como perro al que se lo están cojiendo y rajarse a la reconcha de su madre. Fácil, Polaco. Fácil. 
Bueno, entonces el coso este sale del banco, mira a la esquina donde la moto está parada en doble fila, detrás de una camioneta. Miran a través de la ventanilla del conductor y el parabrisas. Me mira a mí. Saca los Marlboro. Se pone uno en la boca. Lo hizo bien, sin ninguna aparatosidad. ¿Aparatosidad se dice? Ok, aparatosidad. Acerca el encendedor, pero deja caer el cigarrillo. Lo mira caerse, guarda los cigarrillos en la campera y se aleja hacia el kiosco de golosinas al lado del banco, con la mano en la cintura. Ya estaba en posición con la pistola a mano. 
La moto tenía que aparecer. El que la manejaba tenía que engancharle la trompa con una cadena metida dentro de una manguera. El de atrás tenía que manotear el paco, con un fierro en la mano. Si el punto no largaba el paco, le tenía que hacer mierda la mano de un fierrazo hasta que lo largase. Entonces si, levantado el paco, se sube a la moto y se van a la mierda. El hombre del banco camina hasta media cuadra y se va en su auto, yo me subo al mío y me voy a la mierda también. Cuatro palos fáciles. 
Yo, enfrente, estaba con la ventanilla del acompañante baja. La metra estaba ahí a mano. Cuatro cargadores en la cintura y dos en los bolsillos. La compró Ibañez al ruso este, Yebcovitch. El de las putas lituanas allá en San Fernando. Era chica. Más culata que otra cosa. Tenía todas las cosas escritas en ruso. Negra y fea como la gran puta. Tenía como un embudo en la punta y los cargadores eran lo mas hinchapelotas que puede haber. Eran curvos. Para calzártelos tenías que tener la cadera partida. Pero entraban en un toque. La miraba cada tanto. No le tenía mucha confianza. Ibañez me contaba: Cuidado con ésta, Cuervo. Con ésta podes llevarte puesto un ejército. Acordate que la palanca tiene que ir para adelante. Para adelante. Así tirás de a un tiro por vez. No se te ocurra poner la palanca para atrás. Mirá que vas a armar un quilombo que no te imaginás. Podes cortar un auto en cuatro como una naranja. 
Yo le dije que sí. Que está bien. Que no hay drama. No era la primera vez que manejaba una tartamuda. Una vez hicimos un afano con un FAL. La tengo clara, Polaco, vos sabés. 
La cosa es que estaba esperando. Cuando sale el hombre del banco, miro por última vez la maquina. Tenía un código en relieve. AK-174. Yo pensaba: Lindo número. Esta noche se lo pongo al Uruguayo para la quiniela. Me gustó el número. 
Salió el viejo con la mochila en la mano, colgando de la mano. Iba a ser fácil. Súper fácil. Escuché el motor de la moto. El viejo miraba a ver si venía un taxi. Mierda, que boludo. Si no quería hacer bandera, hubiera caminado hasta la esquina. Pero no. Se quedó ahí, esperando que pasemos y lo limpiásemos. Y si quería ayudarnos a limpiarlo… Bienvenido sea. 
El hombre del banco estaba con una 9 en la mano izquierda, mirando hacia las esquinas. La moto paró delante del tipo. El que manejaba venía los últimos metros con la cadena colgando de la mano izquierda. Lo puso de un solo golpe y el viejo dio dos vueltas como un trompo. Yo creo que lo debe haber matado porque se lo dio en medio de la jeta y la cadena le enroscó el balero. Saltó un chorro de sangre y el viejo de mierda se fue al piso como un castillo de naipes. Vos sabés, Polaco. Si nos habremos comido y si habremos dado cadenazos en la cancha viendo a Racing. Le cambiamos la cara y los dientes a tantos… Si lo das bien dado, le podes arrancar media cabeza a uno. 
Así que se bajó el pibe de atrás. Bajó con el fierro en la mano. Con los cascos negros parecían marcianos. Se bajó rápido, viste que los pendejos de ahora son más ágiles que la mierda. Se le puso al lado con el fierro y cuando le iba a dar, se quedó.
Yo lo veo mirarlo al que manejaba la moto. Hablaban entre ellos, y alcancé a escucharlos, pero no les entendía un culo, porque hablaban con los cascos puestos. Lo miré al hombre del banco. Me miró y alzó los hombros mirando a todos lados. El que manejaba la moto me miró, se levantó el plástico del casco y trató de sacar la boca por la abertura.
-  ¡Está esposado a la mochila! – Gritó medio ahogado, como si gritara adentro de una frazada.
Yo lo miré y le hice así con la mano.
- ¡Que está esposado a la mochila! ¡Se esposó a la mochila el hijo de puta!
Yo no lo podía creer. Polaco, vos sabés. Vas preparado para todo y te sale una boludez que te caga la vida.
Miré para todos lados, agarré la metra y le grité:
-  Sacásela, entonces, la concha de tu madre.
El pibe me miró. Asintió con la cabeza y antes que pudiéramos pararlo, sacó una 45 y le voló la cabeza al viejo.
El hombre del banco pegó un salto. Yo casi me cago encima. El pendejo lo cocinó al viejo en el suelo. Entre los fierros de la moto yo veía como el viejo movía las patitas como un conejo y quedó frito. 
Yo lo miro al pibe de atrás de la moto.
-  ¿Qué mierda hizo este hijo de una gran puta?
El de atrás le pegó un manotón al que manejaba la moto y lo agarró de la campera. Los dos se cayeron al piso del lado de la vereda, arriba del viejo que sangraba como un cerdo. Se levantaron y se pegaron un par de sopapos contra los cascos, hasta que el que manejaba se dio cuenta que como tenían los cascos puestos, lo máximo que podían hacer era quebrarse los nudillos.
Y le pegó un cabezazo en el pecho al de atrás, que quedó de rodillas. El pendejo que manejaba se sacó el casco.
-  Estamos todos locos. ¿Para que mierda me dijiste que lo cocine? – Me gritó, sacando el arma de nuevo, apuntando al cielo, y revoleándola de aquí para allá. 
Yo estaba con la metra arriba del techo del auto, mirando al pendejo y mirando a todos lados. 
-  Pendejo y la reputisima madre que te recontra mil parió. Mataste al viejo del orto. ¿Estas loco?
El pendejo me miró con los ojos desorbitados.
-  Pero… pero… ¡Pero si VOS me dijiste que lo cocine!  Cocinalo, me dijiste.
Me lo quedé viendo. No lo podía creer.
-  ¡SACASELA, TE GRITÉ LA CONCHA DE TU RENEGRIDA HERMANA! ¡SACASELA! ¡QUE LE SACARAS LAS ESPOSAS, NO QUE LO HICIERAS MIERDA!
El pendejo se golpeó la frente con la palma de la mano libre.
-  Uhhhhhh… te entendí mal. No te oí bien por el casco. Uhhhh… que cagadón, la puta madre.
Miró de nuevo el cadáver del viejo. Se volvió y justo el de atrás de la moto se le vino encima con el fierro y se lo partió en el medio de la cabeza. 
Polaco, vos sabés. Nosotros enfierramos a más de uno, pero éste borrego le dio con el fierro de frente, con las dos manos, caminando. Le partió el mate. Se lo partió como si fuera una sandía. El pendejo que manejaba cayó para atrás como una puerta. Lo que le quedaba de la cabeza hizo ruido como si tiraras una fuente de ravioles al piso. 
Y ahí se pudrió todo.
Parece que el hombre del banco se lo cojía al pendejo de la moto. No se si eran pareja porque no me interesan esas cosas de maricones, pero como sea, le mataron al novio delante de los ojos. Y encima tenía la 9 en la mano. Dio dos pasos y con la 9 apuntando empezó a disparar. Le vació el cargador. Sacó el cargador, puso uno nuevo y le siguió tirando, Dos cargadores le vació. No te metas con el novio de un trolo, Polaco. Son lo peor que te puede pasar.
Yo dije, listo. Se acabó. Me meto en el auto y me voy a la mismísima mierda en dos tiempos. Y cuando estoy por guardar la metra en el asiento del acompañante, se abre la puerta del banco.
Salió un policía que estaba adentro de civil. Como los vidrios son polarizados, vieron todo lo que pasó en la vereda, pero el hombre del banco y los pendejos de la moto no veían nada. Abrió la puerta y desde adentro le puso dos plomos en el balero al hombre del banco. El pobre dejó los zapatos en el suelo, mocasines marrones, no me olvido más. Y cayó casi en el medio de la calle. A lo largo.
Y el cana hijo de mil putas me empieza a tirar a mí. 
Alcancé a agacharme de pedo delante de la rueda delantera. Nunca en las puertas, Polaco, vos sabés como es. Las puertas son de papel. Cuatro tiros me revoleó el cana de mierda. Yo agarré la metra, era muy cómoda porque es cortita. Me arrodillé contra el capot, alcé la mira y le apunté.
Y me olvidé, Polaco. Vos sabés como es, estas en medio del quilombo y te olvidás las cosas.
Me olvidé de la palanquita de mierda. La que pasa el arma de tiro-a-tiro a ráfaga automática.
Y le mandé 30 tiros en cinco segundos.
No quedó nada del frente del banco. Parecía que le hubiera tirado una granada. Adentro oía los alaridos, los vidrios cayendo al interior, el vivo quilombo. Un infierno, Polaco. Un infierno.
Y para colmo, entró a caer la yuta con pitos y matracas. Venían y venían los muy conchudos.
Y vos sabés, Polaco… Les tuve que hacer frente. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejar que me cocinaran al sol?
Y les entré a dar. Les di y les di duro y parejo. 
Hasta que les vacié cinco cargadores de 30 balas. Ahí les grité que me rendía. ¿Qué iba a hacer? ¿Escupirlos? Me rendí, no me quedaba otra. No quedaba otra, Polaco.
Así que ahora cargo con los tres fiambres de la banda, el viejo de mierda, el policía de civil, 26 clientes del banco muertos y 2 heridos en el banco, 35 canas muertos, 18 canas heridos, 9 de gravedad. 
Y me dicen: La Hiena de Constitución, el Asesino brutal, La Fiera. 
Y nadie me cree, Polaco. Nadie me cree que no quise matar a nadie. Pero, vos sabés, Polaco… Cuando estás de este lado, sos la última mierda. 
Mirá por lo que vengo a quedar pegado…


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